Lo primero que escuchó fue la ausencia de las aves.
Era ya tarde en la mañana y dónde debería de estar el chillido sin fin de alas raídas estaba únicamente el silencio profundo e interminable de los árboles y el viento. Los perros, en contra de su habito de recostarse sobre la hierba a recibir el sol como grandes lagartos amaestrados, estaban inquietos, moviendo el rabo con ansiedad pero silenciosos, casi al acecho. Hasta las hierbas tenían un aspecto extraño, lucían apagadas como si, por primera vez en mucho tiempo, lamentaran no poder correr, no poder esconderse.
Mamá había salido temprano, el sol todavía no reventaba y ella ya estaba lista para irse. Él se levantó también temprano, lo suficiente como para recibir de su madre el desayuno y una apresurada despedida; se quedó esperando que volviera mientras veía cómo pasaban los minutos en las hojas de los árboles y en las sombras de las piedras.
Después de una hora se había aburrido de esperar y decidió encender la televisión, cómo seguía siendo muy temprano sólo encontró programas para bebés; ya era niño grande, o cuando menos sabía fingir que lo era, así que unas arrugas aparecieron en su frente, y así, con arrugas y enojo, se puso a ver los programas que, según decía, le fastidiaban.
Los soles morían y dejaban otros a su paso por el viento, mientras él disfrazaba su espera con risas y luces. No pasó mucho cuando escuchó sonidos sobre su cabeza. Rasguños en las paredes y en el techo que se parecían a los que en las noches frías hacen mil muertos implorando algo de calor, una cobija, una piel de mujer, un trago de aguardiente, unos cuantos recuerdos. Procuraba no pensar en ellos, intentaba darles otras garras a esos chirridos, las de los pájaros de invierno que llegaban a su casa a hacer nidos de una sola estación pero ya antes había notado que los pájaros no estaban, ni sobre el techo ni sobre la hierba, pensó entonces en los gatos pero estos se esfumaron cuando escuchó los balbuceos.
Un escalofrío lo estremeció, ya antes había percibido esos ruidos. Había sido un año atrás, cuando aún dormía junto con sus padres en una noche tan fría que los muertos ni siquiera se molestaban en moverse. Había visto la sombra de una muñeca de tela moverse sobre el tejado y por una ventana entreabierta la había oído mientras conspiraba junto con la luna.
Tenía miedo, eso había sido un año atrás y la muñeca se había perdido en otra casa, se había encargado de que así fuera, pero los rasguños decían ora cosa y los mil balbuceos lo llamaban escaleras arriba, eran palabras como imanes, como hierro candente que fascina a los pequeños que pronto aprenden a no mirarlo.
Huyendo de lo que sabía, subió las escaleras y abrió de manera tímida la pesada puerta del cuarto de sus padres. Deseaba, con más fuerzas de las que tenía, estar equivocado, pero también hacía un nudo con sus tripas. El ruido era tan familiar que no había espacio para dudas.
Asomó su cabeza y lo vio, sentado sobre la cama, inerte y con la mirada fija en ninguna parte, como si estuviera muerto; allí estaba aquel hombrecillo blanco, con los ojos secos como trapos y los dientes largos como azadones, esperando, esperándolo.
Poco a poco cerró la puerta, correr era inútil. Apretó los labios, hundió los ojos y esperó; sólo conocía el presentimiento y no podía hacer más que resignarse.
22 dic 2009
9 sept 2009
Batallas entre la lluvia
Afuera el agua cae a cántaros, pero lo que escucho no es el agua cayendo, no, lo que escucho son los pasos de un ejército que avanza por las estrechas calles de mi reino que se extiende a algo así como un metro de mi casa.
Escucho las botas chocar contra el piso y escucho sus pasos, sincronizados pero no tanto. Los escucho marchar, organizados y valientes, quizá alguno tenga una esposa y viene con la ilusión de conseguir honor e historias de valentía. Escucho a sus pies que hacen temblar el suelo y escucho también a sus caballos que marchan junto a ellos y cuyos pasos se funden a veces con lo de sus amos. Los escucho marchar por las calles, con un rumbo que desconozco y que no me importa demasiado; y no me importa porque una muerte es una muerte donde sea y un valiente es un valiente donde sea.
La lluvia cae con mayor prisa y mi ejército acelera el paso. Las gotas de agua son más gruesas y mis soldados pisan con más fuerza. Y cae un rayo y le sigue un trueno y los cañones de los tanques son lo único que escucho. Un resplandor ilumina mis ventanas y han alcanzado a mi ejército y la lluvia acelera su paso y ahora todo es el sonido de ametralladoras y los rayos caen y los truenos vienen y las granadas detonan y el honor y la valentía se van con las esquirlas y las piezas de metralla.
Ahora los pasos son desorganizados, ya no son pasos de hombres, son de bestias y ya no es una marcha por el honor y la valentía, es una estampida por conservar la vida y mis hombres se van por las calles de mi reino y la lluvia cae sobre la sangre de los muertos, les limpia la cara y las ropas y la bayoneta y toma su lugar en el ejercito que poco a poco se convierte en el sonido del agua cayendo sobre las hojas y los charcos.
La lluvia va parando y frente a mi ventana no pasa un ejército sino una caravana de vencidos, un desfile de mutilados del honor y la justicia y la lluvia agoniza y las gotas son pesadas y los cuerpo caen en las banquetas y sobre las aceras pero los pasos a pesar de ser escasos, cada vez más, siguen siendo fuertes y la marcha de los derrotados sigue teniendo ese espíritu y olor a lluvia y, sobre los cielos lacrimosos aparece una luz blanca que parece sonreírnos, a mí y a mi ejercito moribundo, y parece apoyarnos y cuando la última gota cae y el último soldado se desvanece nada ha cambiado y todo me parece una de esas noches nubladas de verano.
Escucho las botas chocar contra el piso y escucho sus pasos, sincronizados pero no tanto. Los escucho marchar, organizados y valientes, quizá alguno tenga una esposa y viene con la ilusión de conseguir honor e historias de valentía. Escucho a sus pies que hacen temblar el suelo y escucho también a sus caballos que marchan junto a ellos y cuyos pasos se funden a veces con lo de sus amos. Los escucho marchar por las calles, con un rumbo que desconozco y que no me importa demasiado; y no me importa porque una muerte es una muerte donde sea y un valiente es un valiente donde sea.
La lluvia cae con mayor prisa y mi ejército acelera el paso. Las gotas de agua son más gruesas y mis soldados pisan con más fuerza. Y cae un rayo y le sigue un trueno y los cañones de los tanques son lo único que escucho. Un resplandor ilumina mis ventanas y han alcanzado a mi ejército y la lluvia acelera su paso y ahora todo es el sonido de ametralladoras y los rayos caen y los truenos vienen y las granadas detonan y el honor y la valentía se van con las esquirlas y las piezas de metralla.
Ahora los pasos son desorganizados, ya no son pasos de hombres, son de bestias y ya no es una marcha por el honor y la valentía, es una estampida por conservar la vida y mis hombres se van por las calles de mi reino y la lluvia cae sobre la sangre de los muertos, les limpia la cara y las ropas y la bayoneta y toma su lugar en el ejercito que poco a poco se convierte en el sonido del agua cayendo sobre las hojas y los charcos.
La lluvia va parando y frente a mi ventana no pasa un ejército sino una caravana de vencidos, un desfile de mutilados del honor y la justicia y la lluvia agoniza y las gotas son pesadas y los cuerpo caen en las banquetas y sobre las aceras pero los pasos a pesar de ser escasos, cada vez más, siguen siendo fuertes y la marcha de los derrotados sigue teniendo ese espíritu y olor a lluvia y, sobre los cielos lacrimosos aparece una luz blanca que parece sonreírnos, a mí y a mi ejercito moribundo, y parece apoyarnos y cuando la última gota cae y el último soldado se desvanece nada ha cambiado y todo me parece una de esas noches nubladas de verano.
13 ago 2009
Los gemidos del placer
La luna sentada en su trono negro observa como esta noche su bufón favorito sale a comer.
Se abriga en su piel de bestia, desenvaina sus garras y se va corriendo por el bosque en busca de una presa, humana o animal, no importa ya que el matar es lo que lo motiva,
A su paso el bosque lo detiene y lo lastima, todas y cada una de las ramas se transforman y ahora son como largos y afilados dedos que se enganchan a su pelo y a su piel, como pidiendo urgidos algo de su carne y su sangre, como si ellos también estuvieran hambrientos y deseosos de salir de cacería.
El tapete de hojas y raíces cruje bajo cada uno de sus pasos, llenando de temor los corazones de las estrellas que aunque inocentes, están obligadas por su ama a ver un espectáculo al cual aun temen a pesar de conocerlo.
La lujuria de la sangre se va acercando cada ves más, paso a paso, y se hace presente en la bajo el disfraz de una respiración, profunda, agitada, grotesca y animal. La respiración se transforma lentamente en un jadeo que acaba rodeando todo, un jadeo que sólo va en busca de una presa fresca y dulce que resulte ser una joven mujer que hechizada por el frío encanto de la luna salió para apreciarla mejor, ignorando que el diamante de ese terciopelo negro reclama ver su muerte y beber cuando menos un poco de sus sangre.
No pasa mucho para que la luna vea parcialmente satisfechos sus apetitos. La bestia ya ha divisado a su presa el hipnotizado por la blancura de su piel se abalanza sobre ella. Las uñas arañan la delgada piel, comienzan con la del rostro. La bestia le ha quitado el equilibrio y la mujer ahora yace sobre el suelo; la mira a los ojos y la saborea mientras que su hocico abierto emana saliva, que cae sobre su cuello y rebla hasta mojar el cálido vestido que cubre los delicados senos de su víctima. Al verla a los ojos ve la inocencia, ve el terror y distingue a lo lejos que esta mujer es como una delicada florecilla silvestre y que no va resistir mucho sufrimiento. No se resiste y baja la cabeza, y le lame el brazo como si fuera un perro faldero. El sabor de aquella suave piel es excitante y sin poderse contener clava los dientes en el brazo, perforando la piel y saboreando la sangre; ella grita e intenta patalear y como castigo la muerde en el muslo y la pantorrilla, ella sigue pataleando y él la muerde más profundo, ella sigue intentando resistir, ahora con el brazo que sigue intacto y ahora la muerde en el hombro, intentando arrancarlo y obteniendo parciales resultados. Ella se desmaya, no resistió mucho.
El sabor de la sangre y los gritos lo han excitado, a él y a la luna que gime por más. No logra contenerse y con los dientes desgarra el fino vestido y las ropas bajo este, develando a la impúdica meretriz que había a unos cuantos centímetros de aquella apariencia inocente. La viola mientras bebe su sangre y mordisquea los pedazos que consiguió arrancar; la luna grita y gimotea en medio de espasmos orgásmicos y mientras las estrellas se miran unas a otras preguntándose, sólo con la mirada, si serán capaces de soportar otra noche como esa la bestia continua dándose placer y escuchando o creyendo escuchar en cada contracción un gemido, de dolor o de placer, de su víctima inconciente.
La bestia está acabando y muerde uno de los senos, perforando la piel y disfrutando del renovado sabor a sangre tibia. Acaba y su semen queda repartido entre la tierra y la perra que yace desfallecida. Sigue excitado; muerde el vientre y entra a devorar las entrañas mientras la víctima sufre los que serán los últimos latidos de su corazón. Se traga los intestinos, disfruta del estomago, revienta los pulmones sólo por escuchar el sonido del aire escapando y al ver que el corazón tiene el atrevimiento de seguir latiendo va directamente al cuello para disfrutar de los últimos momentos de vida y placer.
Con el silencio todo acaba. Las piscinas de sangre están iluminadas por un tenue reflejo blanco, la hierba es ahora roja y húmeda y la tierra tiene un seco tono carmesí. El cuerpo se encuentra destrozado, pero el rostro queda intacto salvo un tenue rasguño en la mejilla.
Los ojos, con una expresión de serenidad que contrasta con el violento color de su pelo buscan en el cielo a la luna tratando de encontrar aprobación. Encuentra a la luna desvanecida a causa de la excitación y húmedo por los orgasmos múltiples así que se despide con un aullido, teniendo una ligera certeza de que ha sido un buen espectáculo.
*****
A veces amo lo que escribo
Se abriga en su piel de bestia, desenvaina sus garras y se va corriendo por el bosque en busca de una presa, humana o animal, no importa ya que el matar es lo que lo motiva,
A su paso el bosque lo detiene y lo lastima, todas y cada una de las ramas se transforman y ahora son como largos y afilados dedos que se enganchan a su pelo y a su piel, como pidiendo urgidos algo de su carne y su sangre, como si ellos también estuvieran hambrientos y deseosos de salir de cacería.
El tapete de hojas y raíces cruje bajo cada uno de sus pasos, llenando de temor los corazones de las estrellas que aunque inocentes, están obligadas por su ama a ver un espectáculo al cual aun temen a pesar de conocerlo.
La lujuria de la sangre se va acercando cada ves más, paso a paso, y se hace presente en la bajo el disfraz de una respiración, profunda, agitada, grotesca y animal. La respiración se transforma lentamente en un jadeo que acaba rodeando todo, un jadeo que sólo va en busca de una presa fresca y dulce que resulte ser una joven mujer que hechizada por el frío encanto de la luna salió para apreciarla mejor, ignorando que el diamante de ese terciopelo negro reclama ver su muerte y beber cuando menos un poco de sus sangre.
No pasa mucho para que la luna vea parcialmente satisfechos sus apetitos. La bestia ya ha divisado a su presa el hipnotizado por la blancura de su piel se abalanza sobre ella. Las uñas arañan la delgada piel, comienzan con la del rostro. La bestia le ha quitado el equilibrio y la mujer ahora yace sobre el suelo; la mira a los ojos y la saborea mientras que su hocico abierto emana saliva, que cae sobre su cuello y rebla hasta mojar el cálido vestido que cubre los delicados senos de su víctima. Al verla a los ojos ve la inocencia, ve el terror y distingue a lo lejos que esta mujer es como una delicada florecilla silvestre y que no va resistir mucho sufrimiento. No se resiste y baja la cabeza, y le lame el brazo como si fuera un perro faldero. El sabor de aquella suave piel es excitante y sin poderse contener clava los dientes en el brazo, perforando la piel y saboreando la sangre; ella grita e intenta patalear y como castigo la muerde en el muslo y la pantorrilla, ella sigue pataleando y él la muerde más profundo, ella sigue intentando resistir, ahora con el brazo que sigue intacto y ahora la muerde en el hombro, intentando arrancarlo y obteniendo parciales resultados. Ella se desmaya, no resistió mucho.
El sabor de la sangre y los gritos lo han excitado, a él y a la luna que gime por más. No logra contenerse y con los dientes desgarra el fino vestido y las ropas bajo este, develando a la impúdica meretriz que había a unos cuantos centímetros de aquella apariencia inocente. La viola mientras bebe su sangre y mordisquea los pedazos que consiguió arrancar; la luna grita y gimotea en medio de espasmos orgásmicos y mientras las estrellas se miran unas a otras preguntándose, sólo con la mirada, si serán capaces de soportar otra noche como esa la bestia continua dándose placer y escuchando o creyendo escuchar en cada contracción un gemido, de dolor o de placer, de su víctima inconciente.
La bestia está acabando y muerde uno de los senos, perforando la piel y disfrutando del renovado sabor a sangre tibia. Acaba y su semen queda repartido entre la tierra y la perra que yace desfallecida. Sigue excitado; muerde el vientre y entra a devorar las entrañas mientras la víctima sufre los que serán los últimos latidos de su corazón. Se traga los intestinos, disfruta del estomago, revienta los pulmones sólo por escuchar el sonido del aire escapando y al ver que el corazón tiene el atrevimiento de seguir latiendo va directamente al cuello para disfrutar de los últimos momentos de vida y placer.
Con el silencio todo acaba. Las piscinas de sangre están iluminadas por un tenue reflejo blanco, la hierba es ahora roja y húmeda y la tierra tiene un seco tono carmesí. El cuerpo se encuentra destrozado, pero el rostro queda intacto salvo un tenue rasguño en la mejilla.
Los ojos, con una expresión de serenidad que contrasta con el violento color de su pelo buscan en el cielo a la luna tratando de encontrar aprobación. Encuentra a la luna desvanecida a causa de la excitación y húmedo por los orgasmos múltiples así que se despide con un aullido, teniendo una ligera certeza de que ha sido un buen espectáculo.
*****
A veces amo lo que escribo
6 ago 2009
hoy
Espera, para un segundo y escucha, presta mucha atención, olvídate de todo, hasta del corazón que no para de latir. ¿Lo escuchas? El sonido de la soledad: el silencio, es hermoso. Abre un poco los ojos, tan solo un poco y míralo, el color de la melancolía no es negro, ni gris, es blanco. Todo esta por fin en calma, no hay personas ni animales, ni siquiera el molesto corazón, por fin es un día donde nadie se acuerda de mí.
Todo en calma, nada que se interponga entre el olvido y yo, me siento ligero, vacío, cada vez, cada día, cada latido estoy mas cerca de ser un fantasma y estoy seguro que cuando por fin todos se vayan podré estar en paz, hacer lo que se me plazca, ir a donde yo guste; como un espectro invisible pasearme por los lugares donde la gente ya no pasea, ir y venir siguiendo al viento como si fuera un errante trozo de papel.
Podría convertirme en viento a acurrucarme en las copas de los árboles, podría se nube y espiar a las aves en sus nidos o podría ser sombra y dormir todo el día sin esperar a la noche. Podría simplemente olvidarme de todo, de mi dignidad y falso orgullo o de mis mascaras y apariencias, podría ir y matar sin miedo a que alguien se decepcionara o acurrucarme en los brazos de alguna mujer anónima buscando algo de compasión. Podría colgarme de mi ventana y fingir que estoy dormido a sabiendas de que a nadie le importaría. Podría estar contento y orgulloso de dejar una tumba sin lapida y un entierro sin flores.
Podría ir y venir olvidado todo lo que se supone que aprendí, olvidado si tengo dudas, olvidado que hubo algunos amigos o un padre o una madre o un perro malagradecido. Podría olvidar que estoy vivo y simplemente quedarme bajo un árbol acostado sobre la hierba esperando hasta que olvide que estoy muerto y vuelva a caminar.
O algún día podría olvidar lo hermoso que es ser olvidado y podría simplemente recordarlo todo y esperar ser recordado y al ver que ya nadie lo hace podría en verdad doler toda la soledad a mí alrededor y podría llora e ir por las calles como un perro herido que se detiene de vez en cuando a lamer sus heridas y podría ser patético y humano, pero no hoy, hoy por alguna razón me olvido de todos ellos y de que en verdad me importa lo que digan y simplemente disfruto del momento en el que todas las voces y hasta mi corazón me dejan en paz.
Todo en calma, nada que se interponga entre el olvido y yo, me siento ligero, vacío, cada vez, cada día, cada latido estoy mas cerca de ser un fantasma y estoy seguro que cuando por fin todos se vayan podré estar en paz, hacer lo que se me plazca, ir a donde yo guste; como un espectro invisible pasearme por los lugares donde la gente ya no pasea, ir y venir siguiendo al viento como si fuera un errante trozo de papel.
Podría convertirme en viento a acurrucarme en las copas de los árboles, podría se nube y espiar a las aves en sus nidos o podría ser sombra y dormir todo el día sin esperar a la noche. Podría simplemente olvidarme de todo, de mi dignidad y falso orgullo o de mis mascaras y apariencias, podría ir y matar sin miedo a que alguien se decepcionara o acurrucarme en los brazos de alguna mujer anónima buscando algo de compasión. Podría colgarme de mi ventana y fingir que estoy dormido a sabiendas de que a nadie le importaría. Podría estar contento y orgulloso de dejar una tumba sin lapida y un entierro sin flores.
Podría ir y venir olvidado todo lo que se supone que aprendí, olvidado si tengo dudas, olvidado que hubo algunos amigos o un padre o una madre o un perro malagradecido. Podría olvidar que estoy vivo y simplemente quedarme bajo un árbol acostado sobre la hierba esperando hasta que olvide que estoy muerto y vuelva a caminar.
O algún día podría olvidar lo hermoso que es ser olvidado y podría simplemente recordarlo todo y esperar ser recordado y al ver que ya nadie lo hace podría en verdad doler toda la soledad a mí alrededor y podría llora e ir por las calles como un perro herido que se detiene de vez en cuando a lamer sus heridas y podría ser patético y humano, pero no hoy, hoy por alguna razón me olvido de todos ellos y de que en verdad me importa lo que digan y simplemente disfruto del momento en el que todas las voces y hasta mi corazón me dejan en paz.
24 jul 2009
?
Un día caluroso, sin nada que lo hiciera muy especial, sólo un día más.
Otra escuela, nada especial, llena de estudiantes que dicen ser algo especial; la escena sigue sin ser nada especial.
Por los pasillos va caminando otro alumno, tampoco es muy especial, solitario y aburrido, con las mismas aspiraciones que cualquier otro solitario: hacerse de una novia o cuando menos alguien que llene un hueco abierto justo en el medio de su ser. El tampoco es algo especial.
Sigue caminando por los pasillos y pasa de largo un grupo de cinco o seis figuras, figuras femeninas para su desgracia, figuras femeninas que sueltan al unísono una risilla, una risilla que lo hace acelerar el paso sin que el se de cuenta.
Va subiendo las escaleras y su mente ya ha comenzado a trabajar. Trabaja como si se tratara de un motor, con todos los engranajes corriendo a toda prisa y generando calor, un calor que le provoca un ligero dolor de cabeza. Sin duda su mente es un motor, salvo por el ruido ya que en lugar de manifestarse como un suave ronroneo se presenta como miles de voces, miles de respuestas a la pregunta ¿Hablaban de mi?
Las horas pasan y con ellas se van maestros, libretas, apuntes y bostezos. Todo se va menos la pregunta. Ahora las voces parecen coincidir en un sí, pero eso sólo lo hace preguntarse ¿Por qué? Intenta recordar las caras de aquel grupo pero encuentra algo más que caras, encuentra un aroma, un perfume, el de ella. Ella la que le había sonreído el jueves, quizá el viernes, el día no importaba, sólo importaba el hecho de que ella le hubiera dirigido una espontánea sonrisa. ¿Acaso le gustaba? Un ser extraño como él con aquella mujer. La mera idea le parecía tan maravillosa que por un momento fue hasta grotesca ¿Qué Cupido por fin se acordaba de este miserable? No lo sabía, preguntas como esa lo atormentaron todo el trayecto a casa y la insípida sopa no supo como responderlas.
Caminaba en círculos por la habitación, sin lograr responder ninguna pregunta. Le dolía lago la cabeza y pronto hubo sangre en su nariz. Tomó una pastilla y se acostó sobre el sillón. Todo se clarificaba y aunque no encontró ninguna respuesta si supo la manera de encontrarlas. Tomó el rifle de caza, la espada de colección y las llaves de un auto sin placas. Condujo hasta un lugar apartado de la ciudad donde la única propiedad que parecía tener vida era un rancho donde aquel grupo y unos cuantos celebraban una fiesta a la cual, como siempre, no había sido invitado.
Se quedó un rato lejos, observando, esperando a que un desprevenido se alejara lo suficiente. Era el atardecer y las nubes rojas estaban cediendo a las estrellas blancas su territorio. Pronto todo quedaría bajo el dominio de la noche.
La luna, al mando de la orquesta nocturna se vio benevolente y le ofreció un regalo: un pobre infeliz que buscando un poco de silencio para hacer una llamada telefónica había acabado justo al alcance del rifle. La llamada no duró mucho, cinco minutos a lo máximo, cinco minutos en donde no dijo nada especial; colgó u nunca más volvió a llamar. No pasó mucho para que alguien interesado en él fuera a buscarlo, tampoco paso mucho para que acabara junto a su búsqueda. La música vulgar a todo volumen ocultó el sonido de la pólvora, del plomo y de los cuerpos cayendo. Habían sido dos los muertos, una linda pareja que no duró lo suficiente como para amarse.
La música acabó y poco después todos quedaron abatidos. Ya era hora de que el acero se tiñera de rojo. La misma noche que le había prometido diversión y lujuria iba a tragárselos a todos.
Llegó sigiloso como un gato, se movió como un espectro sobre la hierba. Comenzó con las parejas, las que estaban abrazadas, las que ni siquiera habían acabado cuando ya habían caído dormidas, las que aún daban la impresión de amarse. Era sencillo, era rápido, era eficaz y silencioso, sólo levantaba la espada y la dejaba caer, escuchando la sinfonía de los grillos, el silbido del viento como una flauta, la carne cortarse y la sangre brotar y mezclarse. Cuando acabó con los amantes fue con las almas solitarias o menos afortunadas. Con ellos fue más creativo y uno por uno los mató sin mucha prisa, a pesar de que la noche envejecía rápido. Uno por uno la sangre subió hasta los cielos, una por una las cabezas golpearon la tierra, uno por uno los suspiros se extinguieron, uno por uno todos murieron. Ahora sólo quedaba un rostro intacto y vivo, un rostro que no se atrevió a tocar ni siquiera para despertarlo.
Amaneció y la tibieza del sol develó los crímenes de la noche. Amanecieron también sus ojos y presenciaron la masacre de la luna. Cuerpos destrozados, con las entrañas de fuera, con el costillar abierto; cabezas con expresiones distintas, a veces dolor, a veces algunas felicidad; miembros mutilados, amantes en una orgía de violencia que yacían sobre la tierra de color escarlata. Alzó la vista y vio aquella mancha en el sol. La mancha negra que tenía forma de un hombre sentado sobre una piedra, con una espada sobre los hombros y una mano sobre la espada. La sombra volteó a verla y el rostro que tenía era uno más que familiar.
-¿qué hiciste? Pregunto aterrorizada ella
-Eso es bastante obvio.
-pero ¿Por qué lo hiciste?
-¿Por qué? ¡Por quién! Lo hice por ti.
Otra escuela, nada especial, llena de estudiantes que dicen ser algo especial; la escena sigue sin ser nada especial.
Por los pasillos va caminando otro alumno, tampoco es muy especial, solitario y aburrido, con las mismas aspiraciones que cualquier otro solitario: hacerse de una novia o cuando menos alguien que llene un hueco abierto justo en el medio de su ser. El tampoco es algo especial.
Sigue caminando por los pasillos y pasa de largo un grupo de cinco o seis figuras, figuras femeninas para su desgracia, figuras femeninas que sueltan al unísono una risilla, una risilla que lo hace acelerar el paso sin que el se de cuenta.
Va subiendo las escaleras y su mente ya ha comenzado a trabajar. Trabaja como si se tratara de un motor, con todos los engranajes corriendo a toda prisa y generando calor, un calor que le provoca un ligero dolor de cabeza. Sin duda su mente es un motor, salvo por el ruido ya que en lugar de manifestarse como un suave ronroneo se presenta como miles de voces, miles de respuestas a la pregunta ¿Hablaban de mi?
Las horas pasan y con ellas se van maestros, libretas, apuntes y bostezos. Todo se va menos la pregunta. Ahora las voces parecen coincidir en un sí, pero eso sólo lo hace preguntarse ¿Por qué? Intenta recordar las caras de aquel grupo pero encuentra algo más que caras, encuentra un aroma, un perfume, el de ella. Ella la que le había sonreído el jueves, quizá el viernes, el día no importaba, sólo importaba el hecho de que ella le hubiera dirigido una espontánea sonrisa. ¿Acaso le gustaba? Un ser extraño como él con aquella mujer. La mera idea le parecía tan maravillosa que por un momento fue hasta grotesca ¿Qué Cupido por fin se acordaba de este miserable? No lo sabía, preguntas como esa lo atormentaron todo el trayecto a casa y la insípida sopa no supo como responderlas.
Caminaba en círculos por la habitación, sin lograr responder ninguna pregunta. Le dolía lago la cabeza y pronto hubo sangre en su nariz. Tomó una pastilla y se acostó sobre el sillón. Todo se clarificaba y aunque no encontró ninguna respuesta si supo la manera de encontrarlas. Tomó el rifle de caza, la espada de colección y las llaves de un auto sin placas. Condujo hasta un lugar apartado de la ciudad donde la única propiedad que parecía tener vida era un rancho donde aquel grupo y unos cuantos celebraban una fiesta a la cual, como siempre, no había sido invitado.
Se quedó un rato lejos, observando, esperando a que un desprevenido se alejara lo suficiente. Era el atardecer y las nubes rojas estaban cediendo a las estrellas blancas su territorio. Pronto todo quedaría bajo el dominio de la noche.
La luna, al mando de la orquesta nocturna se vio benevolente y le ofreció un regalo: un pobre infeliz que buscando un poco de silencio para hacer una llamada telefónica había acabado justo al alcance del rifle. La llamada no duró mucho, cinco minutos a lo máximo, cinco minutos en donde no dijo nada especial; colgó u nunca más volvió a llamar. No pasó mucho para que alguien interesado en él fuera a buscarlo, tampoco paso mucho para que acabara junto a su búsqueda. La música vulgar a todo volumen ocultó el sonido de la pólvora, del plomo y de los cuerpos cayendo. Habían sido dos los muertos, una linda pareja que no duró lo suficiente como para amarse.
La música acabó y poco después todos quedaron abatidos. Ya era hora de que el acero se tiñera de rojo. La misma noche que le había prometido diversión y lujuria iba a tragárselos a todos.
Llegó sigiloso como un gato, se movió como un espectro sobre la hierba. Comenzó con las parejas, las que estaban abrazadas, las que ni siquiera habían acabado cuando ya habían caído dormidas, las que aún daban la impresión de amarse. Era sencillo, era rápido, era eficaz y silencioso, sólo levantaba la espada y la dejaba caer, escuchando la sinfonía de los grillos, el silbido del viento como una flauta, la carne cortarse y la sangre brotar y mezclarse. Cuando acabó con los amantes fue con las almas solitarias o menos afortunadas. Con ellos fue más creativo y uno por uno los mató sin mucha prisa, a pesar de que la noche envejecía rápido. Uno por uno la sangre subió hasta los cielos, una por una las cabezas golpearon la tierra, uno por uno los suspiros se extinguieron, uno por uno todos murieron. Ahora sólo quedaba un rostro intacto y vivo, un rostro que no se atrevió a tocar ni siquiera para despertarlo.
Amaneció y la tibieza del sol develó los crímenes de la noche. Amanecieron también sus ojos y presenciaron la masacre de la luna. Cuerpos destrozados, con las entrañas de fuera, con el costillar abierto; cabezas con expresiones distintas, a veces dolor, a veces algunas felicidad; miembros mutilados, amantes en una orgía de violencia que yacían sobre la tierra de color escarlata. Alzó la vista y vio aquella mancha en el sol. La mancha negra que tenía forma de un hombre sentado sobre una piedra, con una espada sobre los hombros y una mano sobre la espada. La sombra volteó a verla y el rostro que tenía era uno más que familiar.
-¿qué hiciste? Pregunto aterrorizada ella
-Eso es bastante obvio.
-pero ¿Por qué lo hiciste?
-¿Por qué? ¡Por quién! Lo hice por ti.
16 jul 2009
Adiós
Era de noche, la ciudad se veía oscura, sin ninguna luz en el cielo aunque si varias en las calles: luces de automóviles, luces de prostíbulos, luces de bares y luces de detonación. Por las aceras llenas de nieve el invierno se hacía notar; era un invierno crudo donde el frío volvía al pavimento frágil como el cristal y obligaba a los habitantes de aquella ciudad perdida en el pecado a cubrir sus decadentes cuerpos.
Él se encontraba sentado en el callejón, recargado en la pared y absorto en su cigarro mientras recordaba lo mucho que detestaba a la ciudad y a su clima. Debía de estar cerca la navidad, lo notaba en el frío y en la falta de trabajo; a pesar de ser la ciudad que era los hipócritas de sus habitantes hacían las paces con la moral o al menos lo intentaban. Detestaba navidad, detestaba el frío y destetaba la ciudad.
Había nacido allí y la ciudad ya le había mostrado su feo rostro. Las calles eran ríos y los ríos estaban llenos de suciedad y amargura, y, cuando las coladeras ya no pudieran soportar más de aquella inmundicia todos sus habitantes, esas larvas hipócritas, saldrían a morir, y las prostitutas y los asesinos revolcándose por última vez en su mierda con olor a sexo y violencia mirarían arriba y gritarían: “sálvanos” y el miraría hacia abajo y diría “no”. Pero por lo pronto la sucia porquería seguía teniendo cabida en las cloacas y mientras eso siguiera así él tendría que trabajar para aquellos a quienes algún día negaría.
Tenía razón, se acercaba navidad y ahora sus, así llamados, compañeros se acercaban con un regalo, no para él, para ellos. Una mujer, no una de aquellas bestias que rondaban las calles con apariencia de dama pero con el único deseo de conseguir dinero, no, ella era distinta, ella era familiar pero ¿quién era?
Cuando la vio a los ojos lo comprendió, era aquella mujer con la que se despertaba, era la mujer de la cual estuvo enamorado tanto tiempo, cuando aun era joven, cuando aun tenia un poco de esperanzas, era aquella mujer con la cual no se atrevía a hablar y que ahora no se atrevería a salvar.
Vio con tristeza y con dolor como desgarraban sus ropas, como la dejaban como un animal, expuesta a la lluvia y al frío, como la golpeaban, como la tomaban del cabello y la violaban, dándose turnos, riéndose y contando bromas al mismo tiempo que la insultaban; vio como torturaban lo que quedaba de sus esperanzas, como rompían sus recuerdos y como acababan con la hermosura de lo que pudo ser. Durante todo el tiempo que ese espectáculo duró sostuvo su arma con firmeza, pero no se atrevió a sacarla, a veces pensó en llorar y en correr pero el miedo era más fuerte, al final pensó en escapar pero su cobardía seguía allí.
Acabaron y los bastardos se fueron, dejándola tirada, cubierta de inmundicia, con rencor en los ojos y con dolor como el único recuerdo que nunca se iría. Ya no había nada que pudiera hacer, pero se acercó a ella y la cubrió con su abrigo, la apretó fuerte en sus brazos y bajo la lluvia la acompaño hasta su auto. Condujo lo más lejos que pudo, a un lugar que ni siquiera el conocía, ya nada importaba. Constantemente la miraba de reojo, como solía hacerlo cuando estaba en la escuela, pero esta ya no era la escuela y ella ya no era la misma. El rostro antiguo, lleno de felicidad e inocencia, de frescura y vitalidad se había ido, ahora estaba aquella masa de piel con lagrimas en los pliegues, con terror en el rostro pero con odio en los ojos; esa ya no era la mujer que había amado.
Paró en un callejón apartado y desconocido, la saco del automóvil procurando no lastimarla, la tuvo que cargar porque ella no tenía fuerzas ni disposición para moverse, no soportaba verla reducida a ese estado tan lastimero. La puso en el piso y desenfundo su arma, quiso besarla por primera y última vez pero no se atrevió, pensó en su fantasía de limpiar la ciudad pero se dio cuenta de que era un cobarde. Fue ahí cuando empezó a llorar.
Aquel hombre duro lloraba, lloraba a montones y las cicatrices de su rostro servían como cauce para un río de sal. Las lágrimas mezcladas con la lluvia salpicaban el arma y con un beso de plomo en la sien le dio un metálico duro adiós.
Él se encontraba sentado en el callejón, recargado en la pared y absorto en su cigarro mientras recordaba lo mucho que detestaba a la ciudad y a su clima. Debía de estar cerca la navidad, lo notaba en el frío y en la falta de trabajo; a pesar de ser la ciudad que era los hipócritas de sus habitantes hacían las paces con la moral o al menos lo intentaban. Detestaba navidad, detestaba el frío y destetaba la ciudad.
Había nacido allí y la ciudad ya le había mostrado su feo rostro. Las calles eran ríos y los ríos estaban llenos de suciedad y amargura, y, cuando las coladeras ya no pudieran soportar más de aquella inmundicia todos sus habitantes, esas larvas hipócritas, saldrían a morir, y las prostitutas y los asesinos revolcándose por última vez en su mierda con olor a sexo y violencia mirarían arriba y gritarían: “sálvanos” y el miraría hacia abajo y diría “no”. Pero por lo pronto la sucia porquería seguía teniendo cabida en las cloacas y mientras eso siguiera así él tendría que trabajar para aquellos a quienes algún día negaría.
Tenía razón, se acercaba navidad y ahora sus, así llamados, compañeros se acercaban con un regalo, no para él, para ellos. Una mujer, no una de aquellas bestias que rondaban las calles con apariencia de dama pero con el único deseo de conseguir dinero, no, ella era distinta, ella era familiar pero ¿quién era?
Cuando la vio a los ojos lo comprendió, era aquella mujer con la que se despertaba, era la mujer de la cual estuvo enamorado tanto tiempo, cuando aun era joven, cuando aun tenia un poco de esperanzas, era aquella mujer con la cual no se atrevía a hablar y que ahora no se atrevería a salvar.
Vio con tristeza y con dolor como desgarraban sus ropas, como la dejaban como un animal, expuesta a la lluvia y al frío, como la golpeaban, como la tomaban del cabello y la violaban, dándose turnos, riéndose y contando bromas al mismo tiempo que la insultaban; vio como torturaban lo que quedaba de sus esperanzas, como rompían sus recuerdos y como acababan con la hermosura de lo que pudo ser. Durante todo el tiempo que ese espectáculo duró sostuvo su arma con firmeza, pero no se atrevió a sacarla, a veces pensó en llorar y en correr pero el miedo era más fuerte, al final pensó en escapar pero su cobardía seguía allí.
Acabaron y los bastardos se fueron, dejándola tirada, cubierta de inmundicia, con rencor en los ojos y con dolor como el único recuerdo que nunca se iría. Ya no había nada que pudiera hacer, pero se acercó a ella y la cubrió con su abrigo, la apretó fuerte en sus brazos y bajo la lluvia la acompaño hasta su auto. Condujo lo más lejos que pudo, a un lugar que ni siquiera el conocía, ya nada importaba. Constantemente la miraba de reojo, como solía hacerlo cuando estaba en la escuela, pero esta ya no era la escuela y ella ya no era la misma. El rostro antiguo, lleno de felicidad e inocencia, de frescura y vitalidad se había ido, ahora estaba aquella masa de piel con lagrimas en los pliegues, con terror en el rostro pero con odio en los ojos; esa ya no era la mujer que había amado.
Paró en un callejón apartado y desconocido, la saco del automóvil procurando no lastimarla, la tuvo que cargar porque ella no tenía fuerzas ni disposición para moverse, no soportaba verla reducida a ese estado tan lastimero. La puso en el piso y desenfundo su arma, quiso besarla por primera y última vez pero no se atrevió, pensó en su fantasía de limpiar la ciudad pero se dio cuenta de que era un cobarde. Fue ahí cuando empezó a llorar.
Aquel hombre duro lloraba, lloraba a montones y las cicatrices de su rostro servían como cauce para un río de sal. Las lágrimas mezcladas con la lluvia salpicaban el arma y con un beso de plomo en la sien le dio un metálico duro adiós.
25 may 2009
Otra resignación
Empezaba una mañana hermosa, el viento soplaba una brisa ligera que movía las hojas de los árboles, el sol brindaba una tímida sonrisa en forma de calor que los pájaros aprovechaban muy bien; él por lo mientras seguía dormido. El corazón empezó con su tamborileo habitual y él abrió lo ojos. La almohada vacía fue su primera visión así que volvió a cerrar los ojos con la esperanza de encontrar su sueño donde lo había dejado. El fallo fue rotundo ahora se encontraba despierto con lo ojos cerrados.
El silencio lo rodeaba todo y si en ese momento abriera los ojos sólo se encontraría con la soledad como compañía. Decide no darle esa satisfacción y permanece con los parpados sellados.
Aguarda con paciencia a que su respiración rítmica le sirva como arrullo y lo haga dormir, aguarda con paciencia pero no ve resultados. Con la soledad y el peso de la mañana se ve obligado a recordarla, a pensar en ella. Se ve aquejado por la tortura de no ser idiota y de tener la suficiente inteligencia como para sufrir y ser miserable. Podría salir, abrir los ojos y escapar a una mundo más extraño pero que no le guarda tantos rencores, podría elegir olvidarla y fingir que no pasó nada; podría hacer muchas cosas pero sólo se queda quieto, sufriendo y esperando algo que ya antes lo había atormentado.
Aguarda un poco a que venga aquel extraño compañero. En un momento lo escucha venir, con su lamento de serpiente, con su rostro de espejo y su voz idéntica a la de él pero con una actitud ante la vida que dista mucho de su serenidad, le gusta decirle, cobardía le grita aquel.
Humano idiota-dice a modo de saludo- decidiste quedarte conmigo a sufrir y llorar en tu patético lecho.
Le gustaría responderle y discutir pero como reacción simplemente da un suspiro.
Su compañero empieza a soltar como un trueno todas las estupideces que ha hecho, tiene a la memoria como aliado y a la vergüenza como amiga íntima.. Esta triada ataca con tal pasión que hasta son inspiradores.
Hoy no se siente con ganas de discutir y deja, por piedad a su persona, que continúen con su parloteo.
Si supiera fumar ya tendría ahora un cigarro, lo encendería y dejaría que sus palabras se mezclaran con el humo para saborearlas un poco y luego dejarlas ir. No sabe fumar así que se conforma con un chicle.
Mastica una vez y adiós vergüenza, mastica otra vez y adiós memoria. Se detiene, no se atreve a aplastarle la cabeza a la única compañía que tiene en esos momentos, aun si esa compañía es una alucinación que esgrime palabras crudas en lugar de un saludo.
Da otro suspiro y se resigna a abrir los ojos. Afuera hay un escándalo, el viento cae suavemente sobre las hojas de los árboles y las gotas de rocío impregnan la verde alfombra que tiene por jardín. De nuevo a la monotonía del día y con un bufido se vuelve a resignar, está vez a dormir con los ojos abiertos.
El silencio lo rodeaba todo y si en ese momento abriera los ojos sólo se encontraría con la soledad como compañía. Decide no darle esa satisfacción y permanece con los parpados sellados.
Aguarda con paciencia a que su respiración rítmica le sirva como arrullo y lo haga dormir, aguarda con paciencia pero no ve resultados. Con la soledad y el peso de la mañana se ve obligado a recordarla, a pensar en ella. Se ve aquejado por la tortura de no ser idiota y de tener la suficiente inteligencia como para sufrir y ser miserable. Podría salir, abrir los ojos y escapar a una mundo más extraño pero que no le guarda tantos rencores, podría elegir olvidarla y fingir que no pasó nada; podría hacer muchas cosas pero sólo se queda quieto, sufriendo y esperando algo que ya antes lo había atormentado.
Aguarda un poco a que venga aquel extraño compañero. En un momento lo escucha venir, con su lamento de serpiente, con su rostro de espejo y su voz idéntica a la de él pero con una actitud ante la vida que dista mucho de su serenidad, le gusta decirle, cobardía le grita aquel.
Humano idiota-dice a modo de saludo- decidiste quedarte conmigo a sufrir y llorar en tu patético lecho.
Le gustaría responderle y discutir pero como reacción simplemente da un suspiro.
Su compañero empieza a soltar como un trueno todas las estupideces que ha hecho, tiene a la memoria como aliado y a la vergüenza como amiga íntima.. Esta triada ataca con tal pasión que hasta son inspiradores.
Hoy no se siente con ganas de discutir y deja, por piedad a su persona, que continúen con su parloteo.
Si supiera fumar ya tendría ahora un cigarro, lo encendería y dejaría que sus palabras se mezclaran con el humo para saborearlas un poco y luego dejarlas ir. No sabe fumar así que se conforma con un chicle.
Mastica una vez y adiós vergüenza, mastica otra vez y adiós memoria. Se detiene, no se atreve a aplastarle la cabeza a la única compañía que tiene en esos momentos, aun si esa compañía es una alucinación que esgrime palabras crudas en lugar de un saludo.
Da otro suspiro y se resigna a abrir los ojos. Afuera hay un escándalo, el viento cae suavemente sobre las hojas de los árboles y las gotas de rocío impregnan la verde alfombra que tiene por jardín. De nuevo a la monotonía del día y con un bufido se vuelve a resignar, está vez a dormir con los ojos abiertos.
3 may 2009
Ella
La noche maduraba. Por la ventana abierta se coló un grito. Era ella, no, no podía ser ella; estaba muerta, deseaba que estuviera muerta.
El aire emitía un gemido a lo lejos y ella estaba muerta. Los árboles arañaban la oscuridad y ella estaba muerta. La luz blanca de la luna caía sobre el pavimento y ella seguía muerta. Todo lo normal, lo natural, indicaba su deceso, pero ese grito, ese clamor, ese lastimero pedido de ayuda decía todo lo contrario.
El frío calaba sobre la piel desnuda, el viento se enterraba en la carne como espinas y las hierbas desgarraban los músculos mientras se abría paso entre ellas para por fin llegar a donde ella se encontraba. Parado sobre el sitio comenzó su faena. La tierra seca que se arremolinaba sobre un solo lugar, limpio de plantas como anunciando que la vida no era bienvenida, cedió el paso a una tierra fresca y húmeda, cada vez más viva con gusanos e insectos amantes de la muerte y la podredumbre.
La tierra, el frío, el lugar, todo indicaba, gritaba, que ella estaba muerta. Aun así seguía cavando, explorando las entrañas e impregnando de sudor la tierra mientras hundía la pala, una, dos y tres veces en un ciclo que se repitió hasta que escucho el sonido del metal contra madera.
Ahí estaba la caja, dentro debía estar el cuerpo, ella estaba muerta, ahora el olor se lo decía pero el se negaba; ella no estaba muerta, no podía, no debía estar muerta.
Rompió las tablas y tomo los huesos que aun seguían unidos por finas hebras de carne; la miro, la examinó y la recordó, todo en un segundo. La razón, los sentidos, la fresca luz de la luna, todo repetía lo mismo: ella está muerta.
Se resignó a su suerte y decidió volverla a la tierra. Antes le dirigió por última vez la mirada al rostro. Estaba intacto, con los ojos cerrados como si durmiera, con esa tierna expresión y con esos labios que aún conservaban su color. Acercó su cara, puso sus labios a unos centímetros de ella y sopló como esperando darle unos instantes de vida con ese suspiro. No paso nada. Cerro sus ojos acerco su boca y le dio un beso de despedida.
Cuando abrió los parpados vio como los ojos de ella estaban fijos en él; vio como el pecho se movía rítmicamente respirando y vio como la carne putrefacta de los dedos se dirigía hacia su rostro. Aunque pudo correr, dejar el cuerpo en la tierra como ofrenda a los gusanos y huir, no lo hizo, sus piernas no se movieron. Ella había sido la mujer que había amado y ahora que la muerte no había podido arrebatársela no la pensaba abandonar. Cerró los ojos de nuevo y fundiéndose en un abrazo se enterró junto con ella.
A la mañana siguiente el sol caía sobre la tierra fría, él despertó jadeante y ella seguía muerta.
El aire emitía un gemido a lo lejos y ella estaba muerta. Los árboles arañaban la oscuridad y ella estaba muerta. La luz blanca de la luna caía sobre el pavimento y ella seguía muerta. Todo lo normal, lo natural, indicaba su deceso, pero ese grito, ese clamor, ese lastimero pedido de ayuda decía todo lo contrario.
El frío calaba sobre la piel desnuda, el viento se enterraba en la carne como espinas y las hierbas desgarraban los músculos mientras se abría paso entre ellas para por fin llegar a donde ella se encontraba. Parado sobre el sitio comenzó su faena. La tierra seca que se arremolinaba sobre un solo lugar, limpio de plantas como anunciando que la vida no era bienvenida, cedió el paso a una tierra fresca y húmeda, cada vez más viva con gusanos e insectos amantes de la muerte y la podredumbre.
La tierra, el frío, el lugar, todo indicaba, gritaba, que ella estaba muerta. Aun así seguía cavando, explorando las entrañas e impregnando de sudor la tierra mientras hundía la pala, una, dos y tres veces en un ciclo que se repitió hasta que escucho el sonido del metal contra madera.
Ahí estaba la caja, dentro debía estar el cuerpo, ella estaba muerta, ahora el olor se lo decía pero el se negaba; ella no estaba muerta, no podía, no debía estar muerta.
Rompió las tablas y tomo los huesos que aun seguían unidos por finas hebras de carne; la miro, la examinó y la recordó, todo en un segundo. La razón, los sentidos, la fresca luz de la luna, todo repetía lo mismo: ella está muerta.
Se resignó a su suerte y decidió volverla a la tierra. Antes le dirigió por última vez la mirada al rostro. Estaba intacto, con los ojos cerrados como si durmiera, con esa tierna expresión y con esos labios que aún conservaban su color. Acercó su cara, puso sus labios a unos centímetros de ella y sopló como esperando darle unos instantes de vida con ese suspiro. No paso nada. Cerro sus ojos acerco su boca y le dio un beso de despedida.
Cuando abrió los parpados vio como los ojos de ella estaban fijos en él; vio como el pecho se movía rítmicamente respirando y vio como la carne putrefacta de los dedos se dirigía hacia su rostro. Aunque pudo correr, dejar el cuerpo en la tierra como ofrenda a los gusanos y huir, no lo hizo, sus piernas no se movieron. Ella había sido la mujer que había amado y ahora que la muerte no había podido arrebatársela no la pensaba abandonar. Cerró los ojos de nuevo y fundiéndose en un abrazo se enterró junto con ella.
A la mañana siguiente el sol caía sobre la tierra fría, él despertó jadeante y ella seguía muerta.
26 feb 2009
Sin papalote
Nunca se si lo que dices es cierto, si me sigues o soy yo el que te persigue, si quieres llorara o son mis ojos los que lagrimean, si me devolviste el saludo o si yo te saludé, nunca se si eres tu quien me ama o si soy yo el que sueña que lo haces y, mientras me pierdo en las nubes adornadas por los árboles me vuelvo a preguntar si no eres mas que un sueño, porque, aunque la respuesta me la delaten tus ojos, tus labios me hacen repetirme la pregunta, después poco importa ya que todo lo olvido al sentir la caricia tu aroma. Aun así me sigues intrigando ¿fui yo quien devolvió el saludo?
Entre tantas certidumbre y bonitos coqueteos que parece que alucino, la respuesta se pierde o se diluye haciéndome recapacitar e idear otra pregunta propia, aunque luego el sonido de tu voz me haga olvidar todo lo mío y aceptar todo lo tuyo sin mayor remedio que abrir el libro y leer la página en que le tocó caer.
Entre tantas certidumbre y bonitos coqueteos que parece que alucino, la respuesta se pierde o se diluye haciéndome recapacitar e idear otra pregunta propia, aunque luego el sonido de tu voz me haga olvidar todo lo mío y aceptar todo lo tuyo sin mayor remedio que abrir el libro y leer la página en que le tocó caer.
25 feb 2009
Lejos del naufragio
Sin un lugar donde volar escapando del dolor y los recuerdos.
Vaciando las penas en el alcohol y manchando de palabras el destino, prófugos del amor y la armonía.
Solos sin la sensatez de la locura, triste parodia de Isolde sin Tristán.
Mientras felicidad pasa de largo por la ventana, mientras los ojos se escurren y la lengua retuerce; sin el sonido de tus labios o el perfume de tus pasos mientras me escapo del delirio de tu voz, mientras la vida grita esa mueca obscena en obvia alusión al destino, mientras quedamos atrapados en un delirio, encerrados en la cárcel de tu nombre de mujer, dejando por fin huellas en el desierto, recorriendo el sonido que grabamos, la tinta que escupimos o el imposible que amamantamos.
Cuando estalle el honor espero que huyas contigo y te quedes conmigo, con el sueño perdido, con el paraíso escondido, el mar de piedras o la montaña de bosques, los debralles antropomórficos, los amantes misoginos o los filósofos felices, los moralistas sin escrúpulos, los nihilistas bondadosos, los idealistas despiertos, los humanos conformes o una mujer amando un hombre (¿Acaso la ha habido?).
Vaciando las penas en el alcohol y manchando de palabras el destino, prófugos del amor y la armonía.
Solos sin la sensatez de la locura, triste parodia de Isolde sin Tristán.
Mientras felicidad pasa de largo por la ventana, mientras los ojos se escurren y la lengua retuerce; sin el sonido de tus labios o el perfume de tus pasos mientras me escapo del delirio de tu voz, mientras la vida grita esa mueca obscena en obvia alusión al destino, mientras quedamos atrapados en un delirio, encerrados en la cárcel de tu nombre de mujer, dejando por fin huellas en el desierto, recorriendo el sonido que grabamos, la tinta que escupimos o el imposible que amamantamos.
Cuando estalle el honor espero que huyas contigo y te quedes conmigo, con el sueño perdido, con el paraíso escondido, el mar de piedras o la montaña de bosques, los debralles antropomórficos, los amantes misoginos o los filósofos felices, los moralistas sin escrúpulos, los nihilistas bondadosos, los idealistas despiertos, los humanos conformes o una mujer amando un hombre (¿Acaso la ha habido?).
30 ene 2009
Cualquiera
Cualquier filósofo, científico, psicólogo o cualquiera con medio cerebro diría que no se puede el amor a primera vista, pero heme aquí con un cerebro completo y aun así enamorado de ti.
¿Cómo? No se. Fue imprevisto como tu llegada, tu sonrisa y tu mirada nerviosa que me impactaron desde el principio. No te conocía y sin embargo algo más allá de mi existencia me decía que te hablara, que te tocara, que te amara.
Cualquier filósofo, científico, psicólogo o cualquiera con medio cerebro te habría hablado, dicho algo, entablado una amistad y confesado el amor para finalmente dormir en tus brazas.
Y heme aquí, con medio cerebro de más que sólo me estorba en el que quiero sea mi camino.
Y sí, en diez años de consuelo a tu lado no he hecho más que admirarte, amarte y hasta escribirte, no me arrepiento de esas cosas, me arrepiento que todos sean secretos.
Pero hoy, hoy, creo que debe ser el día. Ayer acabé la obra que me revele y si, hoy te la daré.
Lamentablemente la cobardía sigue presente y sólo paso el papel por debajo de la puerta, sin firma pero con la intención de que sepas que alguien te quiere. Espera, te oigo venir, me alejo pero sigo escuchándote, no vienes sol, creo que es ese amigo tuyo de nuevo, bueno no importa.
Abres la puerta y vez aquel papel tirado, te agachas a recogerlo mientras me pregunto si fue buena idea dejarlo allí a su suerte.
Mis nervios llegan a su límite mientras susurras las palabras y mi corazón se desborda al escuchar el grito de emoción felicidad y amor.
En mi vida había abandonado la melancolía ahora quería saltar y decir quien era el autor de ese poema, derrumbar el muro de silencios construido con los años y entregarme con los brazos abiertos a la felicidad.
Pero hay formas en las que la pequeña satisfacción desaparece y descubro un de ellas mientras dices en voz llena de emoción.-gracias Mauricio, hace mucho que siento lo mismo por ti, te amo y si, quiero ser feliz toda mi vida y muerte a tu lado.-
El sonido de la puerta al cerrarse acaba con tu voz, no así con mi calumnia.
Es allí cuando lo entiendo, no eran las mitades, era yo, que nací para perder, para perderte esto es.
¿Cómo? No se. Fue imprevisto como tu llegada, tu sonrisa y tu mirada nerviosa que me impactaron desde el principio. No te conocía y sin embargo algo más allá de mi existencia me decía que te hablara, que te tocara, que te amara.
Cualquier filósofo, científico, psicólogo o cualquiera con medio cerebro te habría hablado, dicho algo, entablado una amistad y confesado el amor para finalmente dormir en tus brazas.
Y heme aquí, con medio cerebro de más que sólo me estorba en el que quiero sea mi camino.
Y sí, en diez años de consuelo a tu lado no he hecho más que admirarte, amarte y hasta escribirte, no me arrepiento de esas cosas, me arrepiento que todos sean secretos.
Pero hoy, hoy, creo que debe ser el día. Ayer acabé la obra que me revele y si, hoy te la daré.
Lamentablemente la cobardía sigue presente y sólo paso el papel por debajo de la puerta, sin firma pero con la intención de que sepas que alguien te quiere. Espera, te oigo venir, me alejo pero sigo escuchándote, no vienes sol, creo que es ese amigo tuyo de nuevo, bueno no importa.
Abres la puerta y vez aquel papel tirado, te agachas a recogerlo mientras me pregunto si fue buena idea dejarlo allí a su suerte.
Mis nervios llegan a su límite mientras susurras las palabras y mi corazón se desborda al escuchar el grito de emoción felicidad y amor.
En mi vida había abandonado la melancolía ahora quería saltar y decir quien era el autor de ese poema, derrumbar el muro de silencios construido con los años y entregarme con los brazos abiertos a la felicidad.
Pero hay formas en las que la pequeña satisfacción desaparece y descubro un de ellas mientras dices en voz llena de emoción.-gracias Mauricio, hace mucho que siento lo mismo por ti, te amo y si, quiero ser feliz toda mi vida y muerte a tu lado.-
El sonido de la puerta al cerrarse acaba con tu voz, no así con mi calumnia.
Es allí cuando lo entiendo, no eran las mitades, era yo, que nací para perder, para perderte esto es.
15 ene 2009
Un día de aquellos.
Es increíble como funciona el amor.
En una simple persona crees ver todas las cualidades que deberías ver en un dios.
Buscas todo lo que puedas tener en común, y por más que veas que son totalmente diferentes crees que están hechos el uno para el otro.
Aunque nunca te haga caso, tú siempre le observas. Cuando te dirige una sonrisa o un saludo te quedas sin dormir noches enteras pensando si aquel gesto fue meramente espontáneo o si tuvo mucho que ver.
Te preguntas si ella piensa en ti en algún momento; intentas encontrarla en todas partes durante el día, y, por las noches sueñas con la caricia de sus ojos, con la sonrisa de sus manos. Es todo un frenesí. Despiertas en las noches con un peinado alborotado y una sonrisa en vez de rostro y te preguntas de nuevo si piensa en ti.
Todo se complica cuando planeas institucionalizar el amor y te preguntas si decirle lo que sientes es buena idea.
Vives atormentado por la incertidumbre de no saber lo que piensa y hasta tratas de desenamorarte intentando encontrar cuantos defectos sea posible. Es en vano. Por más que buscas no encuentras nada.
Tu amor se convierte en locura y no puedes pasar un momento sin pensar en ella. Cualquier cosa que diga o haga que se relacione contigo te parece una insinuación.
Si antes dormías pensando en ella, ahora pasas todo ese tiempo despierto y preguntándote por ella.
Vives así, en calumnia hasta que un día la vez pasar. No va sola, va abrazada por algún otro gandul que con más suerte o quizá más empeño que tu.
En ese momento toda esperanza, ilusión o sueño se hace pedazos.
Pierdes la fe en la vida. Quieres convertirte en ese aire gélido que pasa en aquel momento.
Quieres borrar esa sonrisa de tu rostro.
Quieres querer matar, quieres querer odiar. Pero no puedes.
Desquitas tu ira con toda la raza humana. Que si ese invalido está muy estúpido ¿Por qué? Bueno el es el invalido. En cada pareja ves un matrimonio forzado porque el inútil ese acabara embarazándola.
Y así eres inmensamente triste. Detestas al género humano y a ti por sobre todos.
Quieres llorar, quieres perderte, quieres morir.
Sigues de esa manera hasta que el amanecer de la noche llega a ti y decides callar por un momento todas las voces a tu alrededor.
Piensas que es un momento hermoso para morir y guardas silencio un momento sólo para escuchar que el corazón sigue latiendo.
En una simple persona crees ver todas las cualidades que deberías ver en un dios.
Buscas todo lo que puedas tener en común, y por más que veas que son totalmente diferentes crees que están hechos el uno para el otro.
Aunque nunca te haga caso, tú siempre le observas. Cuando te dirige una sonrisa o un saludo te quedas sin dormir noches enteras pensando si aquel gesto fue meramente espontáneo o si tuvo mucho que ver.
Te preguntas si ella piensa en ti en algún momento; intentas encontrarla en todas partes durante el día, y, por las noches sueñas con la caricia de sus ojos, con la sonrisa de sus manos. Es todo un frenesí. Despiertas en las noches con un peinado alborotado y una sonrisa en vez de rostro y te preguntas de nuevo si piensa en ti.
Todo se complica cuando planeas institucionalizar el amor y te preguntas si decirle lo que sientes es buena idea.
Vives atormentado por la incertidumbre de no saber lo que piensa y hasta tratas de desenamorarte intentando encontrar cuantos defectos sea posible. Es en vano. Por más que buscas no encuentras nada.
Tu amor se convierte en locura y no puedes pasar un momento sin pensar en ella. Cualquier cosa que diga o haga que se relacione contigo te parece una insinuación.
Si antes dormías pensando en ella, ahora pasas todo ese tiempo despierto y preguntándote por ella.
Vives así, en calumnia hasta que un día la vez pasar. No va sola, va abrazada por algún otro gandul que con más suerte o quizá más empeño que tu.
En ese momento toda esperanza, ilusión o sueño se hace pedazos.
Pierdes la fe en la vida. Quieres convertirte en ese aire gélido que pasa en aquel momento.
Quieres borrar esa sonrisa de tu rostro.
Quieres querer matar, quieres querer odiar. Pero no puedes.
Desquitas tu ira con toda la raza humana. Que si ese invalido está muy estúpido ¿Por qué? Bueno el es el invalido. En cada pareja ves un matrimonio forzado porque el inútil ese acabara embarazándola.
Y así eres inmensamente triste. Detestas al género humano y a ti por sobre todos.
Quieres llorar, quieres perderte, quieres morir.
Sigues de esa manera hasta que el amanecer de la noche llega a ti y decides callar por un momento todas las voces a tu alrededor.
Piensas que es un momento hermoso para morir y guardas silencio un momento sólo para escuchar que el corazón sigue latiendo.
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