25 may 2009

Otra resignación

Empezaba una mañana hermosa, el viento soplaba una brisa ligera que movía las hojas de los árboles, el sol brindaba una tímida sonrisa en forma de calor que los pájaros aprovechaban muy bien; él por lo mientras seguía dormido. El corazón empezó con su tamborileo habitual y él abrió lo ojos. La almohada vacía fue su primera visión así que volvió a cerrar los ojos con la esperanza de encontrar su sueño donde lo había dejado. El fallo fue rotundo ahora se encontraba despierto con lo ojos cerrados.
El silencio lo rodeaba todo y si en ese momento abriera los ojos sólo se encontraría con la soledad como compañía. Decide no darle esa satisfacción y permanece con los parpados sellados.

Aguarda con paciencia a que su respiración rítmica le sirva como arrullo y lo haga dormir, aguarda con paciencia pero no ve resultados. Con la soledad y el peso de la mañana se ve obligado a recordarla, a pensar en ella. Se ve aquejado por la tortura de no ser idiota y de tener la suficiente inteligencia como para sufrir y ser miserable. Podría salir, abrir los ojos y escapar a una mundo más extraño pero que no le guarda tantos rencores, podría elegir olvidarla y fingir que no pasó nada; podría hacer muchas cosas pero sólo se queda quieto, sufriendo y esperando algo que ya antes lo había atormentado.

Aguarda un poco a que venga aquel extraño compañero. En un momento lo escucha venir, con su lamento de serpiente, con su rostro de espejo y su voz idéntica a la de él pero con una actitud ante la vida que dista mucho de su serenidad, le gusta decirle, cobardía le grita aquel.

Humano idiota-dice a modo de saludo- decidiste quedarte conmigo a sufrir y llorar en tu patético lecho.
Le gustaría responderle y discutir pero como reacción simplemente da un suspiro.
Su compañero empieza a soltar como un trueno todas las estupideces que ha hecho, tiene a la memoria como aliado y a la vergüenza como amiga íntima.. Esta triada ataca con tal pasión que hasta son inspiradores.
Hoy no se siente con ganas de discutir y deja, por piedad a su persona, que continúen con su parloteo.

Si supiera fumar ya tendría ahora un cigarro, lo encendería y dejaría que sus palabras se mezclaran con el humo para saborearlas un poco y luego dejarlas ir. No sabe fumar así que se conforma con un chicle.

Mastica una vez y adiós vergüenza, mastica otra vez y adiós memoria. Se detiene, no se atreve a aplastarle la cabeza a la única compañía que tiene en esos momentos, aun si esa compañía es una alucinación que esgrime palabras crudas en lugar de un saludo.
Da otro suspiro y se resigna a abrir los ojos. Afuera hay un escándalo, el viento cae suavemente sobre las hojas de los árboles y las gotas de rocío impregnan la verde alfombra que tiene por jardín. De nuevo a la monotonía del día y con un bufido se vuelve a resignar, está vez a dormir con los ojos abiertos.