Afuera el agua cae a cántaros, pero lo que escucho no es el agua cayendo, no, lo que escucho son los pasos de un ejército que avanza por las estrechas calles de mi reino que se extiende a algo así como un metro de mi casa.
Escucho las botas chocar contra el piso y escucho sus pasos, sincronizados pero no tanto. Los escucho marchar, organizados y valientes, quizá alguno tenga una esposa y viene con la ilusión de conseguir honor e historias de valentía. Escucho a sus pies que hacen temblar el suelo y escucho también a sus caballos que marchan junto a ellos y cuyos pasos se funden a veces con lo de sus amos. Los escucho marchar por las calles, con un rumbo que desconozco y que no me importa demasiado; y no me importa porque una muerte es una muerte donde sea y un valiente es un valiente donde sea.
La lluvia cae con mayor prisa y mi ejército acelera el paso. Las gotas de agua son más gruesas y mis soldados pisan con más fuerza. Y cae un rayo y le sigue un trueno y los cañones de los tanques son lo único que escucho. Un resplandor ilumina mis ventanas y han alcanzado a mi ejército y la lluvia acelera su paso y ahora todo es el sonido de ametralladoras y los rayos caen y los truenos vienen y las granadas detonan y el honor y la valentía se van con las esquirlas y las piezas de metralla.
Ahora los pasos son desorganizados, ya no son pasos de hombres, son de bestias y ya no es una marcha por el honor y la valentía, es una estampida por conservar la vida y mis hombres se van por las calles de mi reino y la lluvia cae sobre la sangre de los muertos, les limpia la cara y las ropas y la bayoneta y toma su lugar en el ejercito que poco a poco se convierte en el sonido del agua cayendo sobre las hojas y los charcos.
La lluvia va parando y frente a mi ventana no pasa un ejército sino una caravana de vencidos, un desfile de mutilados del honor y la justicia y la lluvia agoniza y las gotas son pesadas y los cuerpo caen en las banquetas y sobre las aceras pero los pasos a pesar de ser escasos, cada vez más, siguen siendo fuertes y la marcha de los derrotados sigue teniendo ese espíritu y olor a lluvia y, sobre los cielos lacrimosos aparece una luz blanca que parece sonreírnos, a mí y a mi ejercito moribundo, y parece apoyarnos y cuando la última gota cae y el último soldado se desvanece nada ha cambiado y todo me parece una de esas noches nubladas de verano.
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1 comentario:
Jajaja, está bueno, Martín. A veces, cuando nuestros soldados ganan una batalla fácil. en una mañana de primavera, es menos honorable y victorioso que cuando pierden en una noche tormentosa y oscura.
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