24 jul 2009

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Un día caluroso, sin nada que lo hiciera muy especial, sólo un día más.
Otra escuela, nada especial, llena de estudiantes que dicen ser algo especial; la escena sigue sin ser nada especial.

Por los pasillos va caminando otro alumno, tampoco es muy especial, solitario y aburrido, con las mismas aspiraciones que cualquier otro solitario: hacerse de una novia o cuando menos alguien que llene un hueco abierto justo en el medio de su ser. El tampoco es algo especial.

Sigue caminando por los pasillos y pasa de largo un grupo de cinco o seis figuras, figuras femeninas para su desgracia, figuras femeninas que sueltan al unísono una risilla, una risilla que lo hace acelerar el paso sin que el se de cuenta.

Va subiendo las escaleras y su mente ya ha comenzado a trabajar. Trabaja como si se tratara de un motor, con todos los engranajes corriendo a toda prisa y generando calor, un calor que le provoca un ligero dolor de cabeza. Sin duda su mente es un motor, salvo por el ruido ya que en lugar de manifestarse como un suave ronroneo se presenta como miles de voces, miles de respuestas a la pregunta ¿Hablaban de mi?

Las horas pasan y con ellas se van maestros, libretas, apuntes y bostezos. Todo se va menos la pregunta. Ahora las voces parecen coincidir en un sí, pero eso sólo lo hace preguntarse ¿Por qué? Intenta recordar las caras de aquel grupo pero encuentra algo más que caras, encuentra un aroma, un perfume, el de ella. Ella la que le había sonreído el jueves, quizá el viernes, el día no importaba, sólo importaba el hecho de que ella le hubiera dirigido una espontánea sonrisa. ¿Acaso le gustaba? Un ser extraño como él con aquella mujer. La mera idea le parecía tan maravillosa que por un momento fue hasta grotesca ¿Qué Cupido por fin se acordaba de este miserable? No lo sabía, preguntas como esa lo atormentaron todo el trayecto a casa y la insípida sopa no supo como responderlas.

Caminaba en círculos por la habitación, sin lograr responder ninguna pregunta. Le dolía lago la cabeza y pronto hubo sangre en su nariz. Tomó una pastilla y se acostó sobre el sillón. Todo se clarificaba y aunque no encontró ninguna respuesta si supo la manera de encontrarlas. Tomó el rifle de caza, la espada de colección y las llaves de un auto sin placas. Condujo hasta un lugar apartado de la ciudad donde la única propiedad que parecía tener vida era un rancho donde aquel grupo y unos cuantos celebraban una fiesta a la cual, como siempre, no había sido invitado.

Se quedó un rato lejos, observando, esperando a que un desprevenido se alejara lo suficiente. Era el atardecer y las nubes rojas estaban cediendo a las estrellas blancas su territorio. Pronto todo quedaría bajo el dominio de la noche.

La luna, al mando de la orquesta nocturna se vio benevolente y le ofreció un regalo: un pobre infeliz que buscando un poco de silencio para hacer una llamada telefónica había acabado justo al alcance del rifle. La llamada no duró mucho, cinco minutos a lo máximo, cinco minutos en donde no dijo nada especial; colgó u nunca más volvió a llamar. No pasó mucho para que alguien interesado en él fuera a buscarlo, tampoco paso mucho para que acabara junto a su búsqueda. La música vulgar a todo volumen ocultó el sonido de la pólvora, del plomo y de los cuerpos cayendo. Habían sido dos los muertos, una linda pareja que no duró lo suficiente como para amarse.
La música acabó y poco después todos quedaron abatidos. Ya era hora de que el acero se tiñera de rojo. La misma noche que le había prometido diversión y lujuria iba a tragárselos a todos.

Llegó sigiloso como un gato, se movió como un espectro sobre la hierba. Comenzó con las parejas, las que estaban abrazadas, las que ni siquiera habían acabado cuando ya habían caído dormidas, las que aún daban la impresión de amarse. Era sencillo, era rápido, era eficaz y silencioso, sólo levantaba la espada y la dejaba caer, escuchando la sinfonía de los grillos, el silbido del viento como una flauta, la carne cortarse y la sangre brotar y mezclarse. Cuando acabó con los amantes fue con las almas solitarias o menos afortunadas. Con ellos fue más creativo y uno por uno los mató sin mucha prisa, a pesar de que la noche envejecía rápido. Uno por uno la sangre subió hasta los cielos, una por una las cabezas golpearon la tierra, uno por uno los suspiros se extinguieron, uno por uno todos murieron. Ahora sólo quedaba un rostro intacto y vivo, un rostro que no se atrevió a tocar ni siquiera para despertarlo.

Amaneció y la tibieza del sol develó los crímenes de la noche. Amanecieron también sus ojos y presenciaron la masacre de la luna. Cuerpos destrozados, con las entrañas de fuera, con el costillar abierto; cabezas con expresiones distintas, a veces dolor, a veces algunas felicidad; miembros mutilados, amantes en una orgía de violencia que yacían sobre la tierra de color escarlata. Alzó la vista y vio aquella mancha en el sol. La mancha negra que tenía forma de un hombre sentado sobre una piedra, con una espada sobre los hombros y una mano sobre la espada. La sombra volteó a verla y el rostro que tenía era uno más que familiar.
-¿qué hiciste? Pregunto aterrorizada ella
-Eso es bastante obvio.
-pero ¿Por qué lo hiciste?
-¿Por qué? ¡Por quién! Lo hice por ti.

1 comentario:

Lugaru dijo...

necesito pensar en ello...