3 may 2009

Ella

La noche maduraba. Por la ventana abierta se coló un grito. Era ella, no, no podía ser ella; estaba muerta, deseaba que estuviera muerta.

El aire emitía un gemido a lo lejos y ella estaba muerta. Los árboles arañaban la oscuridad y ella estaba muerta. La luz blanca de la luna caía sobre el pavimento y ella seguía muerta. Todo lo normal, lo natural, indicaba su deceso, pero ese grito, ese clamor, ese lastimero pedido de ayuda decía todo lo contrario.

El frío calaba sobre la piel desnuda, el viento se enterraba en la carne como espinas y las hierbas desgarraban los músculos mientras se abría paso entre ellas para por fin llegar a donde ella se encontraba. Parado sobre el sitio comenzó su faena. La tierra seca que se arremolinaba sobre un solo lugar, limpio de plantas como anunciando que la vida no era bienvenida, cedió el paso a una tierra fresca y húmeda, cada vez más viva con gusanos e insectos amantes de la muerte y la podredumbre.

La tierra, el frío, el lugar, todo indicaba, gritaba, que ella estaba muerta. Aun así seguía cavando, explorando las entrañas e impregnando de sudor la tierra mientras hundía la pala, una, dos y tres veces en un ciclo que se repitió hasta que escucho el sonido del metal contra madera.

Ahí estaba la caja, dentro debía estar el cuerpo, ella estaba muerta, ahora el olor se lo decía pero el se negaba; ella no estaba muerta, no podía, no debía estar muerta.
Rompió las tablas y tomo los huesos que aun seguían unidos por finas hebras de carne; la miro, la examinó y la recordó, todo en un segundo. La razón, los sentidos, la fresca luz de la luna, todo repetía lo mismo: ella está muerta.

Se resignó a su suerte y decidió volverla a la tierra. Antes le dirigió por última vez la mirada al rostro. Estaba intacto, con los ojos cerrados como si durmiera, con esa tierna expresión y con esos labios que aún conservaban su color. Acercó su cara, puso sus labios a unos centímetros de ella y sopló como esperando darle unos instantes de vida con ese suspiro. No paso nada. Cerro sus ojos acerco su boca y le dio un beso de despedida.

Cuando abrió los parpados vio como los ojos de ella estaban fijos en él; vio como el pecho se movía rítmicamente respirando y vio como la carne putrefacta de los dedos se dirigía hacia su rostro. Aunque pudo correr, dejar el cuerpo en la tierra como ofrenda a los gusanos y huir, no lo hizo, sus piernas no se movieron. Ella había sido la mujer que había amado y ahora que la muerte no había podido arrebatársela no la pensaba abandonar. Cerró los ojos de nuevo y fundiéndose en un abrazo se enterró junto con ella.

A la mañana siguiente el sol caía sobre la tierra fría, él despertó jadeante y ella seguía muerta.

4 comentarios:

ღ★αngιє ♥ღ dijo...

woo :O

Martín dijo...

sí, leer a pesce me inspiró

ღ★αngιє ♥ღ dijo...

está genial, pero me gustan más los cuentos de amour *-*

Pescegore dijo...

Bueno, Martín, me gustó.