13 ago 2009

Los gemidos del placer

La luna sentada en su trono negro observa como esta noche su bufón favorito sale a comer.

Se abriga en su piel de bestia, desenvaina sus garras y se va corriendo por el bosque en busca de una presa, humana o animal, no importa ya que el matar es lo que lo motiva,
A su paso el bosque lo detiene y lo lastima, todas y cada una de las ramas se transforman y ahora son como largos y afilados dedos que se enganchan a su pelo y a su piel, como pidiendo urgidos algo de su carne y su sangre, como si ellos también estuvieran hambrientos y deseosos de salir de cacería.

El tapete de hojas y raíces cruje bajo cada uno de sus pasos, llenando de temor los corazones de las estrellas que aunque inocentes, están obligadas por su ama a ver un espectáculo al cual aun temen a pesar de conocerlo.

La lujuria de la sangre se va acercando cada ves más, paso a paso, y se hace presente en la bajo el disfraz de una respiración, profunda, agitada, grotesca y animal. La respiración se transforma lentamente en un jadeo que acaba rodeando todo, un jadeo que sólo va en busca de una presa fresca y dulce que resulte ser una joven mujer que hechizada por el frío encanto de la luna salió para apreciarla mejor, ignorando que el diamante de ese terciopelo negro reclama ver su muerte y beber cuando menos un poco de sus sangre.

No pasa mucho para que la luna vea parcialmente satisfechos sus apetitos. La bestia ya ha divisado a su presa el hipnotizado por la blancura de su piel se abalanza sobre ella. Las uñas arañan la delgada piel, comienzan con la del rostro. La bestia le ha quitado el equilibrio y la mujer ahora yace sobre el suelo; la mira a los ojos y la saborea mientras que su hocico abierto emana saliva, que cae sobre su cuello y rebla hasta mojar el cálido vestido que cubre los delicados senos de su víctima. Al verla a los ojos ve la inocencia, ve el terror y distingue a lo lejos que esta mujer es como una delicada florecilla silvestre y que no va resistir mucho sufrimiento. No se resiste y baja la cabeza, y le lame el brazo como si fuera un perro faldero. El sabor de aquella suave piel es excitante y sin poderse contener clava los dientes en el brazo, perforando la piel y saboreando la sangre; ella grita e intenta patalear y como castigo la muerde en el muslo y la pantorrilla, ella sigue pataleando y él la muerde más profundo, ella sigue intentando resistir, ahora con el brazo que sigue intacto y ahora la muerde en el hombro, intentando arrancarlo y obteniendo parciales resultados. Ella se desmaya, no resistió mucho.

El sabor de la sangre y los gritos lo han excitado, a él y a la luna que gime por más. No logra contenerse y con los dientes desgarra el fino vestido y las ropas bajo este, develando a la impúdica meretriz que había a unos cuantos centímetros de aquella apariencia inocente. La viola mientras bebe su sangre y mordisquea los pedazos que consiguió arrancar; la luna grita y gimotea en medio de espasmos orgásmicos y mientras las estrellas se miran unas a otras preguntándose, sólo con la mirada, si serán capaces de soportar otra noche como esa la bestia continua dándose placer y escuchando o creyendo escuchar en cada contracción un gemido, de dolor o de placer, de su víctima inconciente.

La bestia está acabando y muerde uno de los senos, perforando la piel y disfrutando del renovado sabor a sangre tibia. Acaba y su semen queda repartido entre la tierra y la perra que yace desfallecida. Sigue excitado; muerde el vientre y entra a devorar las entrañas mientras la víctima sufre los que serán los últimos latidos de su corazón. Se traga los intestinos, disfruta del estomago, revienta los pulmones sólo por escuchar el sonido del aire escapando y al ver que el corazón tiene el atrevimiento de seguir latiendo va directamente al cuello para disfrutar de los últimos momentos de vida y placer.

Con el silencio todo acaba. Las piscinas de sangre están iluminadas por un tenue reflejo blanco, la hierba es ahora roja y húmeda y la tierra tiene un seco tono carmesí. El cuerpo se encuentra destrozado, pero el rostro queda intacto salvo un tenue rasguño en la mejilla.

Los ojos, con una expresión de serenidad que contrasta con el violento color de su pelo buscan en el cielo a la luna tratando de encontrar aprobación. Encuentra a la luna desvanecida a causa de la excitación y húmedo por los orgasmos múltiples así que se despide con un aullido, teniendo una ligera certeza de que ha sido un buen espectáculo.


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A veces amo lo que escribo

6 ago 2009

hoy

Espera, para un segundo y escucha, presta mucha atención, olvídate de todo, hasta del corazón que no para de latir. ¿Lo escuchas? El sonido de la soledad: el silencio, es hermoso. Abre un poco los ojos, tan solo un poco y míralo, el color de la melancolía no es negro, ni gris, es blanco. Todo esta por fin en calma, no hay personas ni animales, ni siquiera el molesto corazón, por fin es un día donde nadie se acuerda de mí.

Todo en calma, nada que se interponga entre el olvido y yo, me siento ligero, vacío, cada vez, cada día, cada latido estoy mas cerca de ser un fantasma y estoy seguro que cuando por fin todos se vayan podré estar en paz, hacer lo que se me plazca, ir a donde yo guste; como un espectro invisible pasearme por los lugares donde la gente ya no pasea, ir y venir siguiendo al viento como si fuera un errante trozo de papel.

Podría convertirme en viento a acurrucarme en las copas de los árboles, podría se nube y espiar a las aves en sus nidos o podría ser sombra y dormir todo el día sin esperar a la noche. Podría simplemente olvidarme de todo, de mi dignidad y falso orgullo o de mis mascaras y apariencias, podría ir y matar sin miedo a que alguien se decepcionara o acurrucarme en los brazos de alguna mujer anónima buscando algo de compasión. Podría colgarme de mi ventana y fingir que estoy dormido a sabiendas de que a nadie le importaría. Podría estar contento y orgulloso de dejar una tumba sin lapida y un entierro sin flores.

Podría ir y venir olvidado todo lo que se supone que aprendí, olvidado si tengo dudas, olvidado que hubo algunos amigos o un padre o una madre o un perro malagradecido. Podría olvidar que estoy vivo y simplemente quedarme bajo un árbol acostado sobre la hierba esperando hasta que olvide que estoy muerto y vuelva a caminar.

O algún día podría olvidar lo hermoso que es ser olvidado y podría simplemente recordarlo todo y esperar ser recordado y al ver que ya nadie lo hace podría en verdad doler toda la soledad a mí alrededor y podría llora e ir por las calles como un perro herido que se detiene de vez en cuando a lamer sus heridas y podría ser patético y humano, pero no hoy, hoy por alguna razón me olvido de todos ellos y de que en verdad me importa lo que digan y simplemente disfruto del momento en el que todas las voces y hasta mi corazón me dejan en paz.